Después de dos años de pausa durante la pandemia, cuando las cosas empezaron a estar de nuevo en movimiento, parecían irreconocibles.
Yo misma me sentía irreconocible, como viviendo en un limbo, del que tenía que buscar el modo de salir.
Pude ver a la gente conocida cambiar. Parejas deshacerse, amigos encontrar nuevos oficios, otros perder sus trabajos, lo que cada vez empezó a ser más común y alarmante.
Vi a muchas personas que adoptaron mascotas y se volcaron a ese amor con devoción, vi a todos los niños de mi tribu crecer y hacerse grandes, inmensos en apenas dos años.
Vi a muchas personas comenzar tratamientos psiquiátricos, incluyéndome; a mí. Vi a amigas tener bebés y a otras perderlos; a una empezar tratamiento para el cáncer y a otra entrar en remisión. El tiempo contenido de la pandemia y sus miles de posibilidades.
Nuestra familia dio ese saltó de la ciudad al campo, de la escuela a la no escuela, de la vida apurada, a una mucha más pausada, acorde con los tiempos.
En cada una de esas caminatas que hacíamos en las tardes por el sendero de tierra del camino de eucaliptos de nuestra amada casa de alquiler en Tababela pensábamos: ¿Qué es lo siguiente que debe pasar? Mientras vivíamos la pausa, planeábamos su desenlace.
En cada caminata una nueva pregunta: ¿Volver a la ciudad?¿Volver a la escuela?¿Seguir viviendo en el Ecuador?
Esta última pregunta nos la habíamos hecho antes, varias veces y la respuesta siempre era: “¿Por qué irnos a otro lado?”. De pronto en medio del limbo esta pregunta empezó a manifestarse como una posibilidad y cada día, más rápidamente, como una realidad.
Este planteamiento causó conmoción en nuestros hijos. Su primera reacción fue: “Nunca nos vamos a ir de aquí”. “Ustedes lo que quieren es arruinarnos la vida”. Semanas después dijeron: “Solo nos iríamos si sabemos que vamos a volver”. Meses después: “Solo nos iríamos si es que la perrra viaja con nosotros”. Después comenzaron las preguntas: “¿Y vamos a ir en avión? ¿Podemos conocer la nieve? ¿Podremos jugar fútbol?¿ Podremos ir a la escuela todos los días?.
Sembrar de a poco la idea de viajar fuera del país fue una buena estrategia que fue germinando y creciendo lentamente en cada integrante de la familia; y una vez tomada la decisión, todo empezó a rodar a toda velocidad. A veces rodaba cuesta arriba, con un esfuerzo exagerado que no había estado acostumbrada a hacer antes en mi vida; y otras cosas, impulsadas por una voluntad que yo considero divina, rodaban cuesta abajo, fácil, y muy rápido.
De esta experiencia repleta de trámites, espera y dudas, siento que mi mayor tarea, la que realmente me puso de frente al cambio que íbamos a vivir, fue la de desarmar mi casa, nuestra casa.
A veces durante este proceso suponía que sería un tema de almacenamiento; pero con el paso de las semanas se me hizo más claro que lo que estaba sucediendo era algo más, una despedida, una ruptura.
Lo que iba a suceder era desarmar 14 años de vida de pareja y 11 años como familia, que se habían instalado poderosamente en cada uno de los objetos que poseíamos.
Durante ese tiempo viví todas las facetas que podía permitirle a mi personalidad. Pasando por la mujer decidida y desprendida; a la sentimental que llora frente a cada objeto que ama; a la caritativa, la ambiciosa, la ropavejera.
Pasé por todo y lo viví a fondo, soñando por las noches en las fotos que había perdido en mi archivo de DVDs que ya no se podían leer en ninguna computadora. Luchando para decidir que iba a pasar con mi amada cama y cambiando de opinión cada semana.
Dejando las cosas más queridas siempre para el final, vendiendo cosas en instagram, yendo a ferias de pulgas, entregando de mano en mano a cada persona querida, todas las cosas que sentía que podían ser para ellas, porque sólo ellas podrían amar esos objetos como yo los había amado.
También debí acompañar el duelo lento de mis hijos por dejar atrás su primera infancia, encarnada en cada uno de sus juguetes. Les vi cambiar y transformarse en cada etapa. Pasar de la rabia de tener que hacerlo, al deseo voluntario de entregar todo lo que era importante para ellos hasta aquí, para poder encontrar nuevas cosas, en otro lado.
Viví un poco más de lejos los dolores silenciosos de mi esposo al desarmar su laboratorio fotográfico construido a lo largo de una vida entera. Dejar muchos de sus libros, escanear otros, repasar uno por uno cada casette de video, cada disco duro, cada archivo de papel, cada disco de vinilo; cada folleto, revista, papel, sus tres guitarras, los posters, las ampliaciones de las fotos, etc.
Su lista era inagotable. Mientras yo desarmaba la casa de los cuatro, él desarmaba su vida y su oficio, que se había construído simultáneamente en nuestro hogar y que contenía también nuestra historia de vida en varios formatos: 35mm, VHS, Cd, dvds, digital y así.
Lo mío quedó para el final y cuando llegué a esa parte, ya había descubierto que mío, no había casi nada.
Durante ese tiempo aprendí a escribir en mi celular. En las caminatas obligadas de la tarde con la perra, únicos minutos libres de empacar y empacar y empacar. Escribía en un word en Drive sobre algunos de los que habían sido los ítems más históricos de mi vida, hasta aquí, y es sobre ellos que quiero contarles ahora.
Me encanta la idea romántica, aunque hoy mismo lejana, de contar la historia de una familia a través de sus muebles destartalados, de sus camas, de las manualidades de sus hijos, de su música y sus libros.
Esta es mi transición emocional y física entre una vida y la siguiente, mi mudanza internacional contada a través de todo lo que dejé atrás y lo poquito que al final llegó a este nuevo país, en 9 maletas sin sobrepeso.
Un día todo empezó a cambiar… y de pronto ya había cambiado.
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