Nos metimos a la cancha por debajo de la cerca de alambre.
Hay un pequeño hueco, el hueco del conejo, dice el Armando.
Hoy es un día perfecto.
El mejor día de Julio.
Terminé de trabajar a la 1 pm y ellos me vinieron a ver.
Estábamos contentos de vernos, fuimos conversando todo el camino hasta el bus y no pelearon. Les compré unos bolos que parecían comprados en una tienda en el pueblo de Yaruquí. Yo me compré las galletas peligrosas del 7-Eleven.
No me pude resistir.
Fuimos en el bus contando las latas que habían encontrado en todos los basureros del camino. (Hace unos días les dije que sí reúnen latas podíamos ir a canjear en el depósito y que les darían de 10 a 20 centavos por cada una, al final hay un video).
Ayer llegaron las camas que les compramos en Ikea. Cobré el cheque de la devolución de impuestos y les compré las camas. Y ya con las camas armadas decidimos que hoy noche vamos a despedir la vida en colchón, con una cama general en la sala viendo Harry Potter 7 y comiendo pizza hecha por el Armando.
Antes de la pijamada y pizza, con juegos de mesa, venimos a la cancha.
El Elías tiene una app para entrenar y se iban a ir los 3 a jugar, y yo me uní también. Traje el mat para hacer yoga.
Nos metimos por debajo de la reja. No pensé que iba a lograr pasar. Puse a prueba la teoría de todo el mundo de que soy "tiny" y parece que es verdad.
El Nael me dijo en inglés, mientras me arrastraba: "Mom you are making this way harder than it is".
Después cuando estaba echada en el mat, se pasó por mi lado y me dijo: Gracias por darme la vida.
Yo creo que pensó que no le oía porque estaba con audífonos; le respondí: Your welcome.
El Nael es siempre tan sarcástico, qué preferí no indagar porqué me lo dijo. Mientras hacía yoga decidí que no había sido irónico, sino que su comentario random, quizá era real. Me metí esa idea a la cabeza para que me ilumine. Me clavo esas palabras en el pecho. Decido creer en todo lo que parece bueno.
Estoy saliendo de 10 días de oscuridad y a dos días de ovular, vuelvo a sentir alegría en mi corazón y ligereza en el cuerpo, sentada en el mat de yoga en la cancha privada a la que nos metimos por debajo de la cerca de alambre.
Hoy es un día luminoso de verano con un viento ligero. Experimento la dicha de estar con mi familia después de seis días seguidos de trabajar.
He pasado toda la semana llorando porque Elias va a cumplir 12 años y yo me acabo de dar cuenta, que 12 años pasaron en un abrir y cerrar de ojos.
Mi primera reacción es echarme la culpa por haber estado distraída. No sé cómo pasó el tiempo tan rápido.
¿Cómo es que voy a cumplir 42 años?
He sentido que tengo que hacer un ritual para despedir la infancia de mi hijo primogénito.
Pero aún estoy tratando de salir de la impresión.
Terminaron de entrenar y nos vamos a la casa a preparar nuestra pijamada.
Siento que estos son los rituales familiares que prevalecerán en sus corazones mientras crezcan.
Un fin de semana de dejar de preocuparme de todo y seguir tratando de sanar esa maldita idea de que he hecho mal mi trabajo de madre, toda mi vida de madre.
Basta.
Abro los ojos a la vida que vivo, a mis hijos que viven ahí delante de mis ojos.
Mis hijos. La gran obra de mi vida que ya deja de ser parte de mí.
Yo llegando a algo que se parece a la ¿madurez?
Estoy viva.
Eso es lo que cuenta hoy.
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