top of page
Foto del escritorPaulina Simon T.

Listas y etapas





Desde hace años mi modo de organizar todo en la vida son las listas. Listas de pendientes, listas de compras, listas de tareas para cada miembro de la familia, listas de regalos de navidad, listas de amigos de los que hay que estar pendiente, listas de alumnos, listas de deseos, listas de ideas para escribir algún día.


En este tiempo las listas son de objetos y a lado de cada uno de ellos la lista de sus posibles destinos y destinatarios. Esto varía según el estado de ánimo. Los objetos entran y salen de la maleta, pasan de un clóset a una caja, regresan al clóset. Hay un sistema tácito según el que se empieza a desarmar mi casa.


En la primera etapa me ocupo de todas esas cosas con las que no tenemos afinidad o historia y también las cosas que están en buen estado y pueden tener algún valor económico. Aquí hay vajillas, ollas de fondue, extractores de jugo, bandejas, platos, copas, cubiertos cosas elegantes que nunca hemos usado, porque estaban guardadas para el día en el que seríamos más elegantes y eso no pasó.


En la segunda parte vienen las cosas de menor valor, pero aún útiles. Para estas me apunto en un mercado de pulgas. Empaco durante varias semanas en cajas todo tipo de chucherías y cachivaches, juguetes, utensilios, cosas de papelería, afiches, cuadros, termos, portarretratos. Soy muy buena vendedora en este tipo de eventos porque aspiro a muy poco. No pongo precios, solo espero que la gente se acerque y voy poniendo los precios sobre la marcha. Me va excelente esa mañana de domingo, en la que remato en centavos varias cajas con nuestras pertenencias. Terminó el día con $100 y esa misma tarde los gasto en zapatos nuevos de fútbol para mis hijos.





En la tercera parte vienen las cosas aún útiles, pero con un valor que solo podría determinar una persona dedicada al reciclaje. Entonces se me ocurre preparar cajas en las que ordeno artículos de baño, restos de harinas y granos de la despensa, ropa, algunos juguetes y tantas otras cosas que no me explico de donde salen.


Hago una decena de viajes durante varias semanas, cada lunes y miércoles para encontrarme con mujeres recicladoras en un barrio en los valles y les entrego estas cajas bien organizadas y etiquetadas, dicen: cocina, baño, ropa, tecnología. La mayoría de las veces están con sus hijos pequeños. Me aseguro que haya juguetes y ropa para ellos. Me disculpo por el estado de las cosas o les pregunto si puedo dejar cables, cargadores de celulares muertos hace años, aceptan todo. Todo sirve.




Me paseo por la casa y aún después de la etapa uno, dos y tres la casa aún parece llena entonces viene una señora que compra cosas usadas. Es un personaje inusual, pero que reconozco bien y aún así no puedo con ella.


Habla mucho, me confunde, hace muchas preguntas para establecer cuánto me va a pagar, sondea porque vendo, a dónde voy, y ya sabe que tengo urgencia. Cuando tiene toda la información que ha conseguido de manera casual, como una inocente conversación me ofrece 20$ por llevarse casi toda la casa. Es un momento humillante. No sé explicar qué efecto tiene en mí, pero me hace sentir que mis cosas, con toda la importancia que les he dado, en realidad no valen nada. Acepto los 20$ porqué se que con eso se vaciará la casa y luego paso varios días sintiéndome insultada.


Cuando de a poco se han reducido las cosas me quedo frente a algunas que me obligan a viajar en el tiempo. Los adornos de navidad hechos a mano por mi madre. Tengo presente muchas tardes, mi mamá sentada frente a sus piezas de cerámica, con sus canastas repletas de pinturas muy bien organizadas, la tele prendida y ella pintando. Lo que empezó como un pasatiempo se convirtió en una fábrica de adornos. Hizo todo el nacimiento, varios noeles, renos, hombres de nieve, nueces, cajitas con forma de árbol de Navidad en las que se ponían dulces. El mejor día del año en nuestra casa era en el que se ponía toda esta decoración tan colorida y minuciosamente elaborada. Cuando nació mi primer hijo, mi mamá me regaló algunas de esas piezas: árboles, nueces y el coro de los osos, mi favorito. Mis amigas me dicen: “Cómo se te ocurre llevarte en la maleta adornos de Navidad”. No son muchos, pero no dudo por un segundo. Los envuelvo muy bien y son las primeras cosas que clasifican a la maleta.


He guardado tanto que después de más de una década dedicada a trabajar para eventos relacionados al cine ecuatoriano encuentro que dos clósets enteros de mi casa parecen el archivo de la Cinemateca. Entonces es la mejor idea llevar las cosas a dónde pertenecen. Empacó colecciones de periódicos, folletos, catálogos, postales, afiches de decenas de películas y de todos los festivales de cine en los que he trabajado, por lo menos unas 20 ediciones sumadas. Muchos dvds, colecciones de películas, libros de cine, de fotografía, archivos en película. Mi pasado agridulce dedicado a mil proyectos de cine en el Ecuador, salas de cine, festivales, encuentros, periódicos, revistas, muchos, casi la mayoría fallidos, extintos, desbaratados, desfinanciados. Allá en esas cajas dejo casi todo mi pasado profesional, que a veces también se siente fallido. Mucha entrega que ahora mismo solo se traduce en cajas pesadas, que pasarán de mi clóset a la bodega del estado, y nada más.





Elijo cosas para cada uno de mis amigos más queridos, quiero que me recuerden en un cuadro, en algunos discos de vinilos, en fotos, en afiches, en películas, en mis collares de mullos, en muchos libros, en bolsos y carteras; en mi amado bonsai.


Entrego mi cámara Canon y mi trípode con los que intenté durante casi 15 años hacer fotos. Las hice siempre fallando en el foco. Con mi cámara y amigos muy queridos subimos y bajamos colinas, montañas, carreteras, visitamos mercados, plazas, pueblos, los típicos juegos infantiles rotos y los parques de diversiones vacíos en la mitad de la nada. Desfiles, comparsas, fiestas populares, niños afuera de una iglesia, ríos, paisajes. Muchos autorretratos en una búsqueda permanente no de identidad, sino de belleza aún con mi nariz rara y torcida.


Casi todas las fotos estaban archivadas en DVD’s que me siento una tarde entera a tratar de copiar, la mayoría ya no sirven. Rescato algunas fotos que subo a la nube: mi mayor orgullo, una foto del Cotopaxi en el amanecer, tomada desde el refugio a donde subimos a dormir, prácticamente para hacer esa foto. Una foto de la laguna del Quilotoa y un burro con rastas en la mitad de la carretera, que fue la imagen de uno de mis blogs durante varios años.





Luego están mis hongos. Me he dedicado por casi seis años a hacer kombuchas. En algún momento cuando pensé que podría ser un negocio compré al por mayor dispensadores de cerámica y ahora tengo una docena y muchísimos hongos. Me dedico semanas enteras a preparar cada uno de estos galones con su respectivo hongo e inicio cultivos nuevos con té azucarado y les asigno casa.


Hasta el último día conservo un hongo pequeño que estoy dispuesta a llevarme en la maleta en muchas fundas ziploc pero el último día, decido no hacerlo. Cargamos tantas cosas, llevamos una perra, lo último que quisiera es que me detengan y me interroguen por un hongo de kombucha. Dejo mi amado oficio de fermentista atrás. Además de distribuir cada hongo, entrego el oficio entero a un buen amigo que necesita un pasatiempo al que dedicarle atención, también a mi los hongos me levantaron el ánimo en tiempos complicados.





La casa empieza finalmente a verse vacía.


Mi corazón encuentra tranquilidad cuando cada objeto en la lista ha llegado a un lugar seguro para empezar otra vida.


¿Qué soy yo sin mis cosas?


Aún no tengo respuesta.




Entradas recientes

Ver todo

Emi

El sillón azul

Opmerkingen


bottom of page