Uno de los lugares más difíciles de desarmar fue el cuarto de mi hijo Nael.
Un recolector innato. Niño Waldorf le dice su papá, porque dice que es por su educación con esa pedagogía que tiene en su pequeña habitación una caja entera de palos y troncos; canastas de piedras, cajitas con esqueletos de animales, nidos de pájaros, huevos de los que nacieron aves, la piel de una serpiente, caracoles, conchas de mar, piezas de celulares desarmados, tuercas, clavos, tornillos, partes metálicas de cualquier cosa desarmada con la que se ha encontrado en su camino o que ha desarmado él mismo.
Nael es una fábrica de manualidades ambulante. Tiene cajas de herramientas repletas de materiales, pinceles, pinturas, brochas, escarcha, botones, ojitos movibles, tubos de papel higiénico, plastilinas, masas, arcillas, lentejuelas, gomas de colores, lanas, pedazos de tela, fieltro, esponja, algodón.
Dos años sin ir a la escuela resultaron en una maquinaria productiva inagotable. Tardes enteras de manualidades, construcción de escenografías, títeres hechos con medias, tótems con engrudo.
Mi hijo es el rey de la pistola de silicón, lleva en sus manos las señales de todas las quemaduras de las que casi presume orgulloso.
Pensar en todo lo que él ha dejado atrás me parte el corazón. Porque me siento responsable de poder ofrecerle las mismas cosas y aquí, aún no sé cómo hacerlo.
Durante meses hablamos de cuando llegaría el momento de pensar en sus cosas. Primero sería solo pensar. Después analizar qué se podría hacer con ellas. Tuvimos muchas sesiones solo de sentarnos a mirar. Abrir cajas, cajones, baúles, cofres y quedarnos paralizados.
Después de un tiempo me decía: hoy estoy listo para revisar algunas cosas. Y lo hacíamos. Yo con un tino que no es común en mí. Tengo que admitir que frente a sus “tesoros” yo siempre me quejaba y puedo haber llegado a decir que él guardaba hasta la basura.
Viendo las cosas en perspectiva y tratando de no ser muy dura conmigo misma, me siento culpable de haber estado siempre más preocupada del orden, qué de la felicidad que estos objetos le añadían a su infancia.
Sin embargo, para ayudarle a separarse de sus creaciones me llené de paciencia y me aseguré de demostrarle que efectivamente su vida artística y de explorador, y cada una de sus propiedades era valiosa y merecía un lugar importante en el mundo.
Mientras esperábamos que llegue el momento de saber qué hacer, apareció como un ángel Vanesa. Esta amiga había visitado nuestra casa varias veces y siempre me decía con admiración que el cuarto de Nael era la más fascinante guarida de un niño brillante y genial.
Las primeras veces que me dijo esto, pensé que estaba loca igual que mi hijo; y entonces ambos hicieron click y se encontraron en ese punto medio entre criaturas creativas que hablan en un idioma semejante. Ella atravesaba el proceso de escritura de un guión sobre un niño que se parecía a mi hijo y en cada una de las posesiones de él, ella encontró la escenografía para un mundo fantástico perfecto.
Entonces todas estas pertenencias encontraron su lugar. Un universo en construcción, un universo paralelo, el de la ficción. Cuando Vanesa le dijo a Nael que con todos sus tesoros se podría construir la habitación de un niño parecido a él que aparecería en una película, mi hijo al fin, respiró aliviado. Encontró alguien que valoraba todas y cada una de sus pertenencias. Tesoros de cartón, de piedra, de madera, de lana, de medias viejas que servirían para una escenografía que inmortalizará su infancia.
Recibí su autorización y juntos empacamos cada una de sus obras y objetos; y se los entregamos a Vanesa. Ella los recibió como si su vida se hubiera visto iluminada, como si a través de sus ojos aparecieran historias y anécdotas de un universo infantil repleto de magia. Cuando le entregué todas esas cajas, sentí alivio, confianza y una tristeza profunda de separarme de la primera infancia de mi hijo, la criatura dulce a quien tal vez he comprendido poco en estos años.
Cada viaje tiene su propia escenografía fantástica. Me preguntó cuál será la escenografía que Nael construirá lejos de su campo, lejos de la vida que conocía; frente a las paredes blancas y vacías de su nueva habitación. Empiezo poco a poco a comprarle materiales, no les hace mucho caso. Le pido que dibuje, no tiene ganas.
Me quedo a su lado pacientemente esperando que la magia vuelva a aparecer.
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