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Foto del escritorPaulina Simon T.

El sillón azul



Ahora mismo con los objetos paso del desinterés total, a la más absoluta nostalgia. Agotada de guardar cosas en cajas ya casi sin ni verlas, me siento en el sillón azul semidestruido de la casa. Me acuerdo porque me gustaba tanto, porque yo quepo completa. Me siento horizontal con las piernas sobre el sillón y alcanzo perfectamente.


Dos minutos sentada en el sillón y veo pasar toda su vida y la mía juntos. Hoy en la mañana mi marido preguntó sobre el destino del sillón azul y yo dije: la basura. A veces puedo ser tan racional que doy miedo. Pero luego la nostalgia me vence.


Este sillón que ahora es el favorito de la perra, era el sillón bonito de mi primera oficina; la oficina que mi papá construyó para mí. Construyó su negocio e hizo una gran oficina para mi solita. Decepcioné mucho a mi padre por no haber hecho el uso adecuado de esa oficina convirtiéndome en una emprendedora instruida en el negocio de los autos.





Cuando no había clientes me sentaba ahí a chismear con Patty, mi compañera de trabajo. Me sentaba en el sillón azul y hablábamos de miles de cosas. Me contaba todas las historias de sus muchos hermanos, la mayoría migrantes hace años.


Yo me acomodaba, así como ahora, de cuerpo entero. No sentada sino a medio camino entre echada y acostada. En ese sillón también me senté durante todo mi primer embarazo y hasta un día antes de que naciera mi hijo Elías. Medio echada, medio sentada con una barrigota.


Después de su nacimiento no volví a trabajar en esa oficina. El sillón se quedó ahí un tiempo más que yo. Cuando para mi papá fue claro que ya no iba a volver, remodeló toda la oficina y la que fuera mi gran oficina de gerente, se convertiría en cubículos como en una oficina normal. Remodeló todo el mobiliario y ahí mi sillón azul ya no tenía lugar.


Conseguí que mi papá me lo regale. Se convirtió en el único sillón cómodo de mi casa, Estoy sentada en él en muchísimas fotos en las que aparezco con mi hijo Elias de recién nacido. Sentados en ese sillón nos tomamos la foto el día que llegamos de la clínica con él metido en su car seat.


Mientras vivimos en esa casa recibí a todas mis visitas en ese sillón. Me enteré de la vida de muchos de mis amigos mientras me sentaba a darle de lactar.


Elías usó tanto el sillón azul que en uno de sus saltos de parkour rompió el brazo de madera por dentro. También se lanzó desde el espaldar del sillón azul hacia la barra que estaba colgada en la puerta de su cuarto. No alcanzó a llegar y cayó al piso. Se rompió los dos dientes de adelante, dientes definitivos. Elias, 10 años.





Para el siguiente departamento en el que vivimos, compramos un juego de sala y el sillón azul fue a parar a mi cuarto y se volvió cambiador de pañales de mi hijo, Nael. Rincón para leer cuentos y trampolín. Los dos hijos saltando del sillón a la cama y haciendo piruetas y a veces cayéndose al piso también. Saltaron tanto en el sillón que no tenía casi nada de esponja, nos sentábamos sobre la tabla.


Ahora mismo estoy sentada sobre la tabla y arrimada al único brazo bueno que le queda al sillón, mientras escribo sobre él.


Luego vinimos al campo y él vino con nosotros.


Volvió a estar en la sala. Ya no tiene la privacidad que tuvo durante 8 años en el dormitorio. Ahora las visitas se han sentado por montones en su tabla sin esponja. Los niños lo han pisoteado y se han sentado en él todos los perros del barrio.


Está sucio y repleto de pelos de perro. Elías que es alérgico ya no se puede sentar más en el sillón. Sin embargo, hay días que nos peleamos por sentarnos en él porque tiene la mejor ubicación para ver la televisión.


El sillón azul está llegando al final de sus días. Es difícil pensar que en su estado pueda todavía ofrecer los servicios que nos ha brindado en tantos años de vida. En este primer episodio de la vida de mi familia, de mi matrimonio e incluso de mi tiempo antes de tener hijos. Ahora vamos a tener que seguir sin él. ¿Es demasiado sentimental pensar en un sillón viejo, como un testigo importante de vida y alegría?




Todo lo que dejo atrás me hará viajar más ligera.


Repito todo el día como un mantra, esto que oí ayer en un podcast sobre minimalismo.


Afortunadamente con el sillón azul, no hay alternativas.


Hay que buscarle un hogar que no sea muy exigente con la comodidad y la facha.


Querido sillón azul te voy a querer toda la vida.


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